Por Mauro Cabral Grinspan
Sexo y género son palabras bastante diferentes. Sus significados son bastante diferentes. La división que existe entre ellas está ahí para recordarnos de esa diferencia y, en algunos casos, de la contradicción e incluso oposición de ellas.
Sin embargo, esta división también es necesaria porque, en el lenguaje cotidiano, sexo y género son palabras que tienen mucha relación: tanto así que usualmente se utilizan intercambiadas. Esta línea divisoria entre ellas no solo resalta esa separación, sino que también su conexión. En este momento, esa línea está en llamas. No es ni una nueva línea divisoria, ni un nuevo incendio. De hecho, la línea de fuego podría describirse como un incendio zombie, ya que solo vuelve a la vida luego de aparentemente haber desaparecido por algún tiempo.
Hoy en día, los debates actuales sobre la división de sexo y género son tan intensos, que incluso el escribir sobre ambas palabras al mismo tiempo puede sentirse peligroso. Esto es entendible: ambas palabras se han ampliado tanto que, en vez de presentarlas como dos conceptos separados, pero relacionados, parecen ser dos mundos que colisionan. Esta colisión de palabras/mundos, y las posteriores explosiones, están teniendo un muy lógico, pero negativo efecto: en medio del fuego la gente se está olvidando de la línea divisoria.
Nunca ha sido fácil caminar por la línea divisoria entre sexo y género, pero la línea misma no tiene la culpa. Simplemente se ha trazado para separar y alinear dos territorios traicioneros. El asunto es que tan pronto como se pisa un lado de la línea, nos vemos pisando el otro lado. Por ejemplo, el sexo parece ser el territorio de lo “natural”, pero no hay nada “natural” en la comprensión y organización de los cuerpos. Por el contrario, el género parece ser el territorio de lo “cultural”, pero no hay nada “cultural” en nuestro ser encarnado. El sexo siempre tiene un género. El género siempre está sexuado. Sí, sexo y género son bastante diferentes, pero también son básicamente lo mismo. Al final, lo único que importa es la línea divisoria entre ellas.
Trazar e imponer líneas y divisiones ha sido una pasión del ser humano a través de la historia. Las fronteras entre dos o más países, señalizaciones separando la ciudad con el campo, líneas definiendo vecindarios, casas, habitaciones. La división entre sexo/género es otra línea divisoria más. Y como sucede con todas esas otras líneas, lo que realmente importa es dónde se encuentra el poder de decidir quién puede cruzarla, bajo qué requisitos y bajo qué circunstancias. En este sentido, y según muestra la historia, las líneas poseen una capacidad reproductiva imparable. Una vez que están en su lugar y en funcionamiento, las líneas comienzan a producir y reproducir distinciones entre quienes las controlan y sus cruces, y qué personas están sujetas a que se les controle. Por ejemplo, muchas personas e instituciones insisten en su derecho a poner un límite (hacer una línea divisoria) entre aquellas personas cuyas identidades, cuerpos y elecciones “deberían” ser aceptadas y aquellas personas cuyas identidades, cuerpos y elecciones “no deberían”. En este preciso momento, las personas trans y diversas de género están atrapadas en esa línea de fuego.
Los desafíos planteados por la colisión entre sexo y género no pueden resolverse leyendo un diccionario, estableciendo el significado histórico y de hoy en día de esas palabras, o atribuyéndoles un poder sobrenatural que haga que las personas aparezcan o desaparezcan. Ninguna palabra nos liberará de las preguntas sobre la línea divisoria. Esa pregunta no es sobre quiénes somos en relación al sexo y/o género, sino que sobre quiénes somos y punto. Es una pregunta ética y política, o ambas juntas. Por ejemplo: ¿somos el tipo de personas comprometidas a desmontar todo tipo de estigma, discriminación y violencia, o somos el tipo de personas comprometidas a hacer del estigma, discriminación y violencia un destino “natural” y “cultural” para muchas personas? ¿Creemos en nuestro privilegio individual, social e institucional de violar los derechos humanos para así controlar las identidades, cuerpos y elecciones de otras personas? ¿O creemos en nuestro deber institucional, social e individual de asegurar derechos humanos para todas las personas? ¿Creemos que solo las personas que se ven, hablan, se mueven y aman como nosotres tienen el derecho a la identidad, y que todos los derechos de les demás deberían ser restringidos o denegados? ¿O creemos que todas las personas tienen el mismo derecho de ser ellas mismas, y que nadie debería tener el poder de restringir o denegar el derecho de identidad de otra persona?
Muchas veces, se asume erróneamente que las líneas divisorias (y, en particular, líneas divisorias entre palabras) son solo abstractas. No lo son. Si se tiene duda sobre esto, vea las líneas entre palabras como “ciudadane” y “extranjere”, “saludable” y “patológico”, “personas que se ven como yo” y “personas que no se ven como yo”, “tortura” y “liberación de la tortura”, “autodeterminación” e “imposición”. Esas líneas tienen efectos reales, materiales y dolorosos en el mundo. Por consiguiente: esas líneas divisorias, y los sistemas de poder que las establecen y controlan, tienen la capacidad de literalmente aplastar las vidas y futuros de las personas. Como escribió Raven Kaldera, “cada vez que una línea se dibuja, pasa a través de la carne de alguien”. La próxima vez que lea o vea sobre sexo y género, por favor sea consciente de la línea divisoria.