“Feminismos y sus protagonistas: tensiones y de construcciones”. Organizado por Akahata ORG, 23 de agosto 2021.

(Santiago de Chile, 26 de febrero de 2022).- Mi nombre es Michel Riquelme, soy una persona trans no binaria, tengo 36 años y participo en el movimiento LGBTIQ+ y feminista desde el año 2003. He participado en varios grupos aquí en Chile, donde vivo. Actualmente trabajo en la Asociación OTD Chile, Organizando Trans Diversidades. Me encargo de la Coordinación Ejecutiva de la Asociación. Dada mi experiencia como persona trans en los espacios feministas, hay varios temas que quisiera abordar al respecto.

Quiero partir haciendo memoria y recordarlo que las personas trans hemos estado en los espacios feministas desde hace muchos años, décadas. Quizás no existen tantos registros como quisiéramos de nuestra participación en estos espacios, pero siempre hemos estado.

Desde algunos sectores del feminismo se ha instalado la falsa idea que las personas transgénero somos como “unas aparecidas” de los últimos años. Que somos un invento de la post modernidad o de la teoría queer y otros tantos discursos tergiversados que se empecinan en no reconocernos ni reconocer nuestra historia.

Lamentablemente los principales registros conocidos de nuestra participación en espacios feministas tienen que ver con situaciones de exclusión. Por ejemplo, en 1973 en la conferencia de lesbianas de la costa oeste en Estados Unidos, existe el antecedente de la participación Beth Elliott, una mujer transgénero lesbiana cantante a quien trataron de excluir del espacio por ser trans.

En 1979, aparece el caso de Sandy Stone, otra mujer transgénero lesbiana feminista que participaba de un grupo de lesbianas feministas en Estados Unidos. Su presencia en este espacio hizo que se ganara el odio de Janice Raymond, una mujer cisgénero lesbiana feminista que escribió un libro completo contra Sandy, llamado el Imperio Transexual, donde quedan por escrito algunas de las bases de los discursos anti trans que después comienzan a repetirse en los discursos que hoy en día conocemos como TERF o feministas radicales trans excluyentes.

En 1987 Sandy Stone responde al acoso de Janice Raymond, escribiendo su propio libro llamado El Imperio contraataca: un manifiesto post transexual. Siendo uno de los primeros libros escritos por una persona trans dentro de una universidad y dando inicio a lo que después serian los estudios trans académicos. Muchas otras personas trans también comienzan a escribir y así acortar la brecha existente con el mundo académico y literario dominado por la cisgeneridad. En el año 2000, Emy Koyama, una mujer trans racializada, publica El Manifiesto Transfeminista marcando el comienzo de reflexiones sobre cómo seria un posible transfeminismo o una nueva corriente dentro de los feminismos que reconocía e incluía a las personas trans.

Lamentablemente en nuestro contexto latinoamericano, no existen tantos registros escritos como desearíamos, sobre todo anteriores al año 2005. Este año marcó un importante hecho respecto de la inclusión de las personas trans en los Encuentros Feministas Latinoamericanos, ya que la inclusión de las mujeres trans fue puesta a votación en la asamblea del encuentro donde una abrumadora mayoría de mujeres cisgénero decidieron reconocer y validar a las mujeres transgénero dentro del espacio a pesar de la férrea oposición de un sector de feministas trans excluyentes que en esos años se autodenominaron Las Autónomas.

En mi caso tengo dos experiencias de participación en espacios feministas que me gustaría mencionar. La primera fue en 2010 en el Encuentro Lésbico Feminista de Guatemala y la segunda es en 2020 en el Encuentro Plurinacional de las que Luchan en Chile.

 Al encuentro de Guatemala asistí luego de comunicarles a las organizadoras del evento que yo era una persona trans y que había vivido como lesbiana cis varios años antes de transitar. Las organizadoras me dijeron que era bienvenida y no había problemas por mi participación. Sin embargo, al llegar a Guatemala comenzaron mis problemas para acceder a los espacios del encuentro. Mi apariencia era demasiado masculina para ese espacio, a pesar de que varias compañeras lesbianas cis eran tanto o más masculinas en su expresión de género, que yo. Los problemas fueron escalando y comenzaron a acusarme de ser una distracción para poder debatir los temas realmente importantes para las lesbianas feministas y por qué estaba invadiendo sus espacios. Fue un momento muy crítico para mi, ya que nunca había sentido tal nivel de acoso por mi identidad y expresión de género. Cuando llegué a registrarme al encuentro, me rodearon varias lesbianas cis del comité organizador y comenzaron a hacerme preguntas y a decirme que podía hacer en el encuentro y que no. Una me dijo que podía participar siempre y cuando me identificara como lesbiana en el espacio y no como trans, porque ella creía que ambas identidades eran incompatibles lo cual no es así.  Otra me dijo que podía entrar, pero ellas no se hacían responsables de lo que me pasara dentro del espacio, lo cual me pareció una especie de amenaza disfrazada de advertencia. Me sentí juzgade, como cuando debía presentarme ante un psicólogo o un psiquiatra cisgénero y tener que dar explicaciones de por qué soy trans para que me dieran un papel de acceso a los privilegios cisgénero. Aunque psicólogos y psiquiatras fueron mucho más amables en el trato que me dieron.

Sin embargo, no todo fue malo en Guatemala, también había compañeras lesbianas cis maravillosas que no se dejaron engañar por los discursos del terror y leyeron muy bien todas las violencias que estaban ocurriendo, las cuales no me afectaron solo a mí, sino también a compañeras que fueron acosadas por vender dildos o ponerse un bigote de utilería. El nivel de vigilancia y control de las cuerpas llegó a extremos absurdos y muchas dijeron esto no es para mí, no quiero este tipo de feminismo. Fue así como las disidentes del encuentro organizamos uno nuevo, Venir al Sur, el primer encuentro lesbi trans-ínter feminista de Latinoamérica y el Caribe, que se materializó en Paraguay el 2012 y que se ha mantenido como un espacio de encuentro entre lesbianas y disidencias donde las corporalidades no son un obstáculo para el diálogo y la construcción de feminismos realmente revolucionarios y acuerpadores.

Otra experiencia que quisiera relatar ocurrió varios años después, en 2020. Y la menciono porque si bien no fue un espacio donde se prohibiera explícitamente la presencia de personas trans, por el contrario la convocatoria nos mencionaba explícitamente, cuando fui a registrarme al Encuentro Plurinacional de las que Luchan, tampoco me querían registrar por ser “un hombre” sin siquiera preguntarme qué era. En ese momento mi postura fue dividida. Por un lado pensaba que debía ser razonable y entender que la compañera que me impedía el acceso, no sabía o no quería saber, cómo somos las personas trans y por ende asumía a priori que yo era un hombre cisgénero. Mientras que por otro lado, tenía mucha rabia y pensaba por qué siempre debo dar explicaciones de quien soy y de mi apariencia. Pensaba en que las feministas siempre se quejan de tener que estar educando a los hombres sobre qué es el feminismo y por qué ellos no tienen una proactividad de auto educarse al respecto. Y hacia la analogía de por qué siempre las personas trans tenemos que estar educando a las personas cisgénero sobre cómo somos y qué necesitamos, si hoy en día con toda la información que hay en internet al respecto, auto educarse no es una tarea imposible. Se trata simplemente de querer, de voluntad, de empatía.

Finalmente igual la compañera me permitió el acceso al encuentro y dentro del espacio encontré otras personas con expresión de género masculina, que también vivieron la misma experiencia que yo cuando se fueron a registrar.

Creo que ambas situaciones de exclusión tuvieron en común el prejuicio del mundo cisgénero contra lo trans y me viene a la cabeza la pregunta por qué aún existen espacios feministas que siguen estancados en los mismos discursos trans excluyentes de hace más de 40 años.

Algunos de los argumentos anti trans que circulan en grupos feministas trans excluyentes siguen la misma lógica de grupos fundamentalistas religiosos y grupos de extrema derecha que buscan atacar a inmigrantes, personas racializadas y grupos de diversidad sexual, con argumentos que promueven el miedo infundado a los grupos minoritarios. Difundiendo una falsa amenaza al territorio propio, al bienestar de la nación – economía y/o a derechos alcanzados con esfuerzo que se verían supuestamente perjudicados si se validan los derechos y la presencia de los grupos minoritarios.

Uno de los argumentos más sonados es que las personas trans seríamos una especie de Caballo de Troya del patriarcado para buscar destruir el feminismo desde adentro, alimentando la idea de invasión del territorio propio, como si las personas trans nunca hubiéramos sido parte del feminismo y el feminismo no fuera también nuestro territorio. Otro argumento es la no validación de las experiencias de las personas trans como experiencias que pueden ser compartidas con las mujeres cisgénero, asumiendo absurdamente que todas las mujeres cisgénero tienen experiencias exactamente iguales y que además serían diametralmente distintas a las experiencias de las personas transgénero. Quizás el argumento más vociferado y a la vez el más poco sostenible, es el supuesto borrado de las mujeres, donde las personas trans eliminamos a las mujeres cisgénero de la faz de la tierra al reemplazarlas por personas trans. Y digo que es poco sostenible porque cualquiera que sepa sumar podrá darse cuenta que el 1,2% de la población de personas que podrían ser transgénero en el mundo, no podrían reemplazar a un 98,8% de personas cisgénero, ni a un 49,4% asumiendo que la mitad de personas cisgénero del mundo son mujeres cis. En definitiva los números no cuadran.

Sin embargo, estos temores infundados que se difunden mediante campañas del terror en redes sociales, logran cosas como que un sector del feminismo trans excluyente, haga alianzas con grupos anti aborto, anti gays y anti trans. Es decir los enemigos de mis enemigos pueden ser mis amigos aunque eso signifique transar luchas como el derecho al aborto, un pilar de las luchas feministas en todo el mundo.

El aumento de la visibilidad de personas transgénero, sobretodo en los medios de comunicación, ha generado una contra reacción de sectores conservadores cisgénero que atraviesa a toda la sociedad incluido al feminismo. Si bien el feminismo te debería quitar lo machista, ¿te puede quitar lo racista, lo clasista, la heternorma y la cisnorma con las que has convivido toda la vida? Tengo la esperanza de que si pueda, sin embargo, hay sectores del feminismo planteando que esos “otros temas” ni siquiera deberían ser temas del feminismo.

Si bien existen sectores trans excluyentes dentro del feminismo, no quisiera dejar la falsa impresión de que existen dos bandos por así decirlo. El tema es mucho más complejo que eso cuando se analizan los diferentes argumentos, posturas e intereses que circulan en el debate. De esto se desprende la necesidad de diferenciar algunas posturas de exclusión de las personas trans con posiciones que apelan directamente a los discursos de odio y decir que no todo discurso anti trans es necesariamente TERF (Transgender Exclusionary Radical Feminist) o Feminista Radical Trans Excluyente.

El término TERF se ha popularizado sobretodo en redes sociales y ha comenzado a utilizarse indistintamente para referirse a cualquier persona que emite un discurso que puede entenderse como contrario a la existencia y/o presencia de personas trans. Pero no toda persona que emite un discurso con estas característica es, para empezar, feminista. Es importante hacer notar esta diferencia porque de lo contrario estaríamos alimentando los prejuicios que ya existen sobre las feministas y que son utilizados por el patriarcado para atacarnos, ósea estaríamos aliándonos con el enemigo con tal de luchar contra un problema que se debe enfrentar de otras formas menos dañinas para nuestro propio movimiento.

Contra lo que debemos luchar prioritariamente, es contra los discursos de odio, lograr identificarlos y generar medidas al respecto. Dado que son los discursos de odio los principales gatillantes de las acciones anti derechos y del entorpecimiento legislativo en leyes sumamente necesarias para la igualdad de derechos de las personas trans. Sobretodo hoy en día que al parecer se está gestando toda una industria de “Influencers del odio”. Personas y/o cuentas de medios inescrupulosas que con tal de ganar seguidores y likes, utilizan los discursos de odio a propósito para generar polémicas y comentarios con que alimentar el algoritmo de redes sociales en su beneficio comercial.

Existen autores como Kaufman que proponen algunos criterios para diferenciar un discurso de odio de otros discursos. Para que un discurso pueda ser definido como discurso de odio debe tener al menos tres de los siguientes criterios:

–  Debe ir dirigido a un grupo históricamente discriminado o vulnerado.

 

  • Debe buscar humillar a un grupo vulnerado atribuyendo características denigrantes asociadas a prejuicios o buscar conectar referencias simbólicas o históricas con eventos que humillen a un grupo vulnerado.

 

  • Debe existir una invitación implícita o explícita a que terceras personas atenten contra la integridad de un grupo vulnerado.

 

  • Debe existir la intención deliberada de llevar a cabo acciones para humillar y degradar a un grupo vulnerado.

Para finalizar quiero recordar que ninguno de los argumentos vertidos por los discursos trans excluyentes puede negar que la mayoría de personas trans somos o fuimos, en algún momento de nuestras vidas, mujeres. Por ende tiene todo el sentido del mundo que las personas trans estemos en los feminismos. Y debe tener también todo el sentido que los discursos que nos pretenden excluir de nuestro propio territorio, el territorio que hemos habitado desde hace mas de 40 años, sean condenados como una forma de violencia irracional que es la que realmente está intentando destruir el feminismo desde adentro. El racismo, el capacitismo, el transodio, el lesbodio y todas aquellas formas de violencia que no queremos reconocer porque nos tocan nuestros privilegios. La incapacidad de asumir desde donde emito mi discurso y el no asumir mi ignorancia y mis prejuicios frente a un determinado grupo social. Eso es el verdadero Caballo de Troya del patriarcado que puede destruir al feminismo. Si realmente queremos un mundo feminista, no puede ser sin empatía y sin el reconocimiento de todas, todos y todes quienes estamos en los caminos del feminismo.

 

 

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