VEJEZ TRANS CAP 1: DEFINICIONES Y PERCEPCIONES

Por Victoria Parada e Ignacio Rubio

La vejez sigue siendo un territorio hostil para las personas trans adultas mayores en nuestro país. Invisibilizadas por décadas y enfrentando barreras económicas, sociales y sanitarias, muchas llegan a la tercera edad con profundas cicatrices de discriminación y precariedad. Esta parte de la población ha enfrentado los momentos históricos más duros de la sociedad chilena en términos de disciminación, odio, homofobia y transfobia. Entre ellos se encuentran, el escándalo de la Calle Huanchaca en Antofagasta en 1969, la detención de integrantes del Anillo Rojo en 1973, La redada del Cine Capri en 1986 y las simultáneas encerronas a discoteques LGBT+ en 1996.

De acuerdo con la Comisión interamericana de derechos humanos (CIDH)   la violencia y la discriminación contra niños, niñas y jóvenes trans inicia a temprana edad, ya que generalmente son expulsadas de sus hogares, colegios, familias y comunidades, como consecuencia de expresar sus identidades de género diversas. Como resultado, las personas trans enfrentan pobreza, exclusión social y altas tasas de inaccesibilidad a la vivienda, presionándolas a trabajar en economías informales altamente criminalizadas, como el trabajo sexual. La encuesta realizada por el Movimiento de Integración y Liberación homosexual (Movilh), Discriminación y salud sexo afectiva en mujeres trans del 2020, sondeó a 121 personas trans femeninas desde donde un 43,2% de la población trans se encuentra fuera del sistema educativo y laboral formal, empujandolas  a actividades informales para subsistir, como lo ha sido el trabajo sexual, con un indice de un 38,6% de personas que han recibido dinero a cambio de sexo, por lo menos una vez en su vida. Esta precariedad sostiene sobre una base de exclusión, el 93% ha sufrido discriminación por su identidad de género, en consecuencia un 39,5% de las personas trans a interrumpido su formación por este motivo y un 66,7% ha encontrado barreras al intentar insertarse en el mundo laboral.

Tal es el caso de Katty Fontey, Presidenta de la primera agrupación de personas trans llamada “Traves Chile” formada en 1998 y quien con 80 años es una de las mujeres trans más longevas del país. Fue expulsada de su casa con tan solo 11 años en la época del “Mundial del 62”. Ella debió enfrentarse a la marginalidad y el analfabetismo, viendose obligada a encontrar refugio en el trabajo sexual con compañeras de la época para poder tener un espacio donde vivir y dinero para sustentarse, siempre desde la informalidad sin la posibilidad de generar ahorros para el futuro.

El acceso a pensiones justas sigue siendo un obstáculo para las personas trans adultas mayores que han pasado gran parte de su vida en la informalidad laboral, marginadas por un sistema que históricamente les negó oportunidades. En este contexto, surge la urgencia de una una reparación integral, tal como sostiene la Diputada Emilia Schneider:

La atención médica, por su parte, sigue marcada por la falta de profesionales capacitados en salud trans, lo que muchas veces deriva en una negación de servicios o en tratamientos inadecuados. Además, la soledad y el aislamiento social afectan gravemente la calidad de vida de quienes han sido expulsadas de sus círculos familiares o han visto partir a sus redes de apoyo.

Desde temprana edad, la violencia y la discriminación se convierten en una constante en sus vidas. Como el caso de Katy Fontey, para muchos, la infancia y adolescencia significaron el rechazo de sus familias, la expulsión de los espacios educativos y la condena a una vida de precariedad. No es casualidad que la esperanza de vida de las personas trans en Chile, así como en gran parte de América Latina y el Caribe, se sitúe entre los 35 y 40 años. Desde esta realidad, María José Cumplido, Directora Ejecutiva de la Fundación Iguales, explica que la noción de vejez para las personas trans  es diferente a la tradicionalmente entendidad por las personas cisgénero.

Esta cifra, viene siendo alarmante, pero no es un fenómeno aislado, el cual se repite en distintas regiones del mundo y refleja los altos niveles de violencia, discriminación y exclusión estructural que enfrenta esta comunidad.

El informe publicado en 2023 por la red de organizaciones Transgender Europe (TGEU) reveló que entre el 1 de octubre de 2022 y el 30 de septiembre de 2023 se registraron 321 asesinatos de personas trans a nivel mundial . El 94% de las víctimas fueron mujeres trans, y de ellas, el 48% ejercía el trabajo sexual. América Latina y el Caribe concentran el 74% de los asesinatos reportados, siendo Brasil el país con más casos con un  porcentaje del 30% , acumulando un total de 1.947 personas trans asesinadas hasta el año 2024 . En Chile, por otro lado, se han documentado un total de 28 casos. No obstante, estas cifras corresponden únicamente a asesinatos registrados, por lo que se estima que el número real podría ser considerablemente mayor.

En distintas regiones del mundo, ser parte de la comunidad LGBTQ+ sigue siendo un delito. En países como Emiratos Árabes Unidos , la ley castiga con la muerte las relaciones homosexuales no consentidas, y en Abu Dabi pueden aplicarse penas de hasta 14 años de cárcel. Catar criminaliza las relaciones entre hombres con hasta 7 años de prisión, mientras que en Líbano , los actos “contra natura” término usado para referirse a relaciones entre personas del mismo sexo, siguen penados por ley. En Guayana, la sodomía puede ser castigada con cadena perpetua, y en Jamaica , con hasta 10 años de prisión y trabajos forzados. Estas normativas no solo persiguen legalmente a las personas LGBTQ+, sino que también profundizan su exclusión social, al negarles protección jurídica y visibilidad en estadísticas oficiales.

En contraste, varios países de Latinoamérica han avanzado en la protección de los derechos LGBTQ+. en México por ejemplo, contempla en su Artículo 149 penas de prisión, trabajo comunitario y multas a quienes atenten contra la dignidad humana o menoscaben derechos por motivos como el género o la preferencia sexual. Argentina garantiza la identidad de género mediante la Ley 26.743 y cuenta con una ley antidiscriminación. En Chile , la Ley 21.120 reconoce el derecho a la identidad de género, y la Ley 20.609 prohíbe la discriminación arbitraria. Fuera de la región, destaca el caso de Tailandia , nombrado el “mejor destino LGBTQ+” por Spartacus Magazine , gracias a sus políticas inclusivas y la visibilidad trans en espacios públicos. Aunque aún hay desafíos estructurales, estos avances representan pasos significativos hacia una sociedad más justa e igualitaria.

A pesar de este panorama adverso, las personas trans-mayores han construido formas de resistencia y comunidad. Sus historias de lucha, resiliencia y autogestión son un testimonio de la urgencia de generar políticas públicas que respondan a sus necesidades y garanticen un envejecimiento digno.

A lo largo de la historia, las identidades trans han sido interpretadas bajo distintas miradas que revelan más sobre la sociedad que sobre las propias personas trans. En la Grecia clásica, donde el género se concebía de manera fluida dentro de ciertos márgenes sociales, figuras como las sacerdotisas del culto a Cibeles, que hoy podrían leerse como trans o no binarias, habitaban espacios sagrados a pesar de una estructura patriarcal dominante. Tiempo después con la expansión del cristianismo  las ideas sobre el cuerpo y la sexualidad se redefinieron. Agustín de Hipona enfatizó la complementariedad biológica de los sexos, condenando cualquier transgresión como pecado contra la Naturaleza. Este pensamiento perduró incluso en la edad media, siendo aún más radicales, considerando el cuerpo como templo de Dios. La alteración voluntaria del sexo era herejía o brujería, castigada con prisión o pena de muerte en casos extremos. 

Hacia el siglo XVIII y XIX La Ilustración impulsó una mirada “científica” al cuerpo, pero mantuvo prejuicios. Jeffrey Weeks, historiador y sociólogo especializado en trabajos sobre sexualidad, sostiene que “quienes se apartaban de las normas de género eran catalogados como “curiosidades clínicas » o»monstruos «. En el Chile de la época, la prensa informaba escandalizada sobre casos de travestismo en ferias y carnavales, lo que refleja la carga moral conservadora de la época 

Con la consolidación del pensamiento médico occidental, la identidad trans comenzó a ser vista como una anomalía. Durante gran parte del siglo XX, tanto la medicina como la psicología la patologizaron, considerándola un trastorno que debía ser diagnosticado o corregido. En Chile, estas nociones se tradujeron en prácticas concretas de exclusión: en los años 60 y 70, las personas trans —entonces llamadas despectivamente “locas” o “invertidas”— eran perseguidas por “escándalo público”, recluidas en hospitales psiquiátricos o criminalizadas por la policía. Bajo el gobierno de la Unidad Popular, si bien hubo ciertos avances en la sexualidad y la salud pública, las personas trans no fueron incluidas en esos procesos. Y durante la dictadura militar, se intensificó la represión: las mujeres trans fueron torturadas, asesinadas o borradas del registro oficial. Hoy, desde una mirada sociológica, las personas trans son comprendidas no sólo como sujetos con derecho a la autodeterminación corporal y de género, sino como parte de una lucha política por existir en una sociedad que aún arrastra los vestigios de la patologización y la exclusión histórica.

En ese sentido, el prefijo “Trans” se ha utilizado por el área de la salud, la psicología y la sociología para definir a aquellas personas cuya identidad de género no se alinea con el sexo asignado al nacer. Según la ONG Organizando trans diversidades aun persiste el mito que las personas transgénero que se operan los genitales serian transexuales mientras que la que no se operan serian solo transgénero. Pero esta división, a su juicio,  es discriminatoria y absurda. 

Julia Serrano, bióloga molecular y autora de Whipping Girl (2007), uno de los libros más influyentes en la discusión social, teórica y médica sobre esta población cuestiona los estándares médicos que exigen que las personas trans pasen por pruebas, entrevistas o diagnósticos para «demostrar» que son realmente trans.

Asimismo, denuncia cómo el discurso médico ha contribuido históricamente a patologizar la identidad trans, usando criterios binarios y biólogos. Este fue uno de los grandes pasos que llevaron a que la Organización Mundial de la Salud ya no considerara la identidad trans como un trastorno mental y es recién en 2019 que elimina  la «disforia de género» del capítulo de trastornos mentales en la CIE-11 (Clasificación Internacional de Enfermedades).

Desde el punto de vista psicológico se comparte la definición del término transgénero como anteriormente se mencionó. Sin embargo, son muchos los profesionales del área que consignan la importancia del enfoque afirmativo para los acompañamientos psicológicos de las personas trans. Esta perspectiva propuesta por el psicólogo Alan K. Maylon en 1982 se basa en la aceptación y validación de la orientación sexual y la identidad de género de las personas, buscando brindar apoyo sin prejuicios y discriminación. 

En el caso chileno, tradicionalmente los servicios de salud mental trataban la identidad trans como un trastorno. Recién en el año 2010 comenzó a instalarse una perspectiva de acompañamiento afirmativo. Hoy existen programas en algunas universidades y centros clínicos con enfoque inclusivo, pero todavía conviven con prácticas patologizantes. 

Por otro lado, para la sociología, ser trans no es una cuestión médica, sino una identidad social construida en interacción con normas culturales y estructuras de poder. Se estudia cómo las personas trans enfrentan marginalización, estigmatización o violencia, y también cómo crean comunidades y agencias propias a lo largo de su historia. En ese sentido, en 1990 la autora del libro “El género en disputa” Judith Butler planteaba que el género es performativo, no una esencia natural, cuestionando la idea de que haya una «verdadera» identidad de género ligada al cuerpo o la biología. 

Es así como el enfoque sociológico, orientado al caso chileno ha sido fundamental para visibilizar las experiencias trans más allá de la salud y el derecho, centrándose en la violencia estructural, la marginalidad, la presencia cultural que las personas trans, y específicamente adultas mayores, han sufrido a lo largo de la historia. Ejemplo de esto es el avance en materia de derechos, como la Ley de Identidad de Género. Sin embargo, es recién en 1999 que se despenaliza la sodomía en nuestro territorio, siendo Chile el último país de Sudamérica en dejar de encarcelar o multar a personas por su orientación sexual.  Asimismo, es en 2022 en que se deroga el artículo 365 del Código Penal, que tipificaba como delito la sodomía, y se igualaron las edades de consentimiento sexual de homosexuales y heterosexuales.

En el debate público y los medios de comunicación, los términos transgénero , transexual y transformista suelen utilizarse de forma incorrecta o intercambiable. Sin embargo, comprender sus diferencias no solo es importante para evitar confusiones, sino también para visibilizar con respeto y precisión la diversidad de identidades y experiencias que existen dentro del espectro de género.

 

Hoy, estas corporalidades adultas mayores, marcadas por años de persecución y exclusión, siguen tejiendo comunidad y alzando la voz para que la historia no se repita. De su resistencia cotidiana nace la urgencia de discutir qué políticas, organizaciones y estrategias pueden asegurar que ninguna persona trans vuelva a envejecer en el abandono.  

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