Por Baird Campbell, Candidato a doctor en Antropología en Rice University; Investigador afiliado en la Pontificia Universidad Católica de Chile.
En los ya más de cinco años que lleva el congreso chileno debatiendo la Ley de Identidad de Género, las fuerzas opositoras a los derechos trans han adoptado estrategias que han sembrado imágenes lejanas a la realidad de las vivencias trans, sobretodo las de niñes y adolescentes.
Aunque, por lo general, los grupos conservadores y fundamentalistas religiosos suelen ver con escepticismo los avances de la ciencia, cuando se trata de asuntos trans, intentan respaldarse en ella misma. Fundamentados en estudios, afirman que la mayoría de niñes trans “desiste” de su tránsito al llegar a la adultez -es decir, deciden vivir conforme a su sexo asignado al nacer, como cualquier persona cisgénero-. Pero, ¿a qué estudios se refieren cuando hablan que entre un 80% y 90% de niñes reverte su proceso al avanzar la adolescencia o al llegar a ser adultos? ¿Son todos los estudios iguales? Es decir, ¿debemos confiar en cualquier estudio que parezca científico
El método científico
El método científico consiste en cinco etapas básicas. Primero ocurre la “observación”, que trata de la recopilación de datos acerca de algún tema o fenómeno. El segundo paso, la “inducción”, consiste en la identificación de las características particulares del objeto de estudio. Basada en estas, viene la tercera etapa, la “hipótesis”, que es una posible explicación o idea que aún no se ha puesto a prueba. Para ello, se pasa a la cuarta etapa, la “experimentación”. A partir de la fase experimental, llegamos al último paso, la “confirmación o rechazo” de la hipótesis. Aunque hasta ahora el proceso parezca bastante sencillo, en todo experimento científico existe el riesgo del sesgo.
La RAE define el sesgo como “error sistemático en el que se puede incurrir cuando al hacer muestreos o ensayos se seleccionan o favorecen unas respuestas frente a otras”. Cabe destacar que toda persona, más allá de su cercanía o lejanía a posturas políticas o creencias, es necesariamente sesgada. Debido a todas las influencias y experiencias que nos han formado como seres individuales, nuestra manera de pensar y ver el mundo jamás puede ser neutral. ¿Significa esto que todo estudio está mal y que no se debe confiar en la ciencia? ¡Al contrario!, el método científico -cuando se aplica de manera correcta- es nuestro mejor resguardo ante nuestro propio sesgo.
Todos los estudios bien realizados tienen ciertas cosas en común: primero, definen estrictamente sus variables, objetos de estudio, y mecanismos de análisis; segundo, provienen de fuentes confiables -es decir, de personas calificadas, asociadas a instituciones que se proponen llevar a cabo sus estudios sin llegar a una conclusión deseada-. Finalmente, la característica más importante de cualquier estudio confiable es su carácter replicable, es decir, que cualquier científico debe poder volver a hacer el experimento, bajo las mismas condiciones, sin que cambie de forma significativa el resultado. Debido a este tercer punto nos debe parecer extraño que, aunque la mayoría de los estudios indiquen que les niñes reconocen su género verdadero a muy temprana edad y que la aceptación de este es fundamental para su desarrollo integral, existan unos pocos estudios que digan lo contrario.
Las falencias de los estudios de la niñez trans
A pesar de que muchas investigaciones afirman la importancia de aceptar y apoyar las identidades desde temprana edad, las voces en contra de los derechos trans suelen citar dos estudios para evidenciar la supuesta “desistencia” de la mayoría de niñes trans, extrapolándolos a tal punto de llegar a argumentaciones absurdas, como el caso de la endocrinóloga y pediátra chilena, Francisca Ugarte (académica U. De Los Andes), quien, exponiendo ante la Comisión Mixta de Derechos Humanos en el Congreso, dio a entender que la población de niñes trans podría ser tan pequeña que alcanzaría a una persona por cada 5 millones de habitantes. Claramente en el Chile de hoy existen más de 4 niñes trans (3,5 si calculamos la proporción que indica la doctora sobre la población chilena). Por ende, hay que preguntarse, ¿de dónde vienen esta conclusiones que no se condicen con la realidad que vemos a nuestro alrededor, y que viven y relatan las personas y familias trans? ¿Cómo es posible que la ciencia le pueda decir a las personas trans que, en su gran mayoría, no existen? ¿Si los porcentajes de personas que “revierten” su tránsito son tan altos (80% a 90%), como indican esos estudios, por qué no encontramos siquiera un solo caso que lo demuestre en nuestro país?
El primer estudio que se suele citar es el de Drummond et al (2008). El trabajo, “Un estudio de seguimiento de niñas con trastorno de identidad de género”, parte desde su título con la idea de que ser trans es un trastorno. Pero el mayor problema con este estudio, que propone que el 88% de les niñes trans “desisten” de su identidad trans más adelante, es la muestra que utiliza, falencia que incluso Drummond ha reconocido. La muestra del estudio contó con tan solo 25 integrantes, e incluía un 40% de niñes que no eran trans según el DSM V, sino que simplemente rompían con las expectativas de género hegemónicas. Para cualquier niñe es normal y fundamental experimentar con su género, pero no todo niño que se ponga vestido, ni toda niña que juegue fútbol, es trans. Dada esta muestra, los resultados confirman lo que ya se sabía, estes niñes no desistieron de ser trans, porque nunca lo fueron. Restándoles de la muestra, el porcentaje de desistimiento cae de forma dramática. Segundo, aunque la metodología incluía “terapia”, los autores nunca aclaran en que consistía, por lo que se desconoce si ésta “curó” la “disforia” de la muestra, o simplemente la reprimió. Este punto va de la mano con la edad promedio problemática de la muestra -entre los 15 y 36 años- aunque otros estudios indican que la edad promedio de asumirse como trans, en este caso en Reino Unido, son los 42 años (GIRES 2011). No tenemos cómo saber si les participantes de la muestra de Drummond se identificarían más tarde como trans.
El segundo estudio, “Desistimiento y persistencia de la disforia de género después de la infancia: un estudio de seguimiento cualitativo” por Steensma et al (2011), también presenta graves problemas metodológicos. Como en el primer estudio, la muestra es pequeña, de solo 53 adolescentes. Los investigadores también incluyeron un programa de “tratamiento” como parte del experimento, pero no explicitan el carácter de éste en el trabajo final. Bajo estas circunstancias, es imposible saber cuál fue la tasa de niñes que no “desistieron”, sino que fueron devueltes al clóset por presión. Sin embargo, la falencia más grave de este estudio es el sesgo de los investigadores. De la muestra total, 24 (45,3%) de les adolescentes no volvieron a la segunda ronda de “tratamiento.” Aunque esto puede explicarse de muchas maneras -falta de recursos, apoyo familiar, o cambios de lugar- los investigadores concluyeron que este grupo de adolescentes, casi la mitad de la muestra, desistieron de ser trans. De los que siguieron en el estudio, más de la mitad “persistió” y empezó tratamientos hormonales y/o quirúrgicos. Finalmente, el estudio niega la experiencia de muchas personas trans -dentro y fuera del estudio- que al transitar, dicen siempre haberse sentido así.
Acercándonos a la realidad
Afortunadamente, la gran mayoría de estudios con niñes y adolescentes trans se hacen de forma responsable y respaldan los beneficios de la transición social a temprana edad. Como ejemplo, podemos mirar la publicación “Salud mental y auto-valor en jóvenes transgéneros que han transitado socialmente” (Durwood, McLaughlin, and Olson 2017). Se trata de un estudio longitudinal de 63 jóvenes trans y sus padres. Cuenta con dos grupos de control: los hermanos de los mismos participantes, y 63 niños cisgéneros. Para este estudio, “trans” se entiende como: jóvenes que se identifican con el género opuesto a su sexo asignado, usan el pronombre correspondiente en todo ámbito de la vida, y forman parte del TransYouth Project, un estudio longitudinal de los jóvenes trans en EEUU. El estudio buscaba ampliar el conocimiento acerca de la salud mental entre jóvenes trans, que hasta el momento solo se había estudiado entre jóvenes trans que no habían transitado socialmente. Los estudios anteriores demostraban que, como hemos visto en muchos casos, el no poder transitar afecta gravemente la salud mental de los jóvenes trans. En cambio, este estudio no demuestra ninguna diferencia significativa en niveles de autoestima, ansiedad, o depresión entre los jóvenes transitados, sus hermanos, y sus pares cisgéneros. Al verificar que se trata de un estudio con una metodología clara y lógica, dos grupos de control, y que forma parte de un estudio longitudinal, los datos que arroja este estudio son sumamente mas conf iables que en los primeros dos casos. Se concluye, en este estudio, que les adolescentes que han efectuado su tránsito y han tenido apoyo gozan de tan buena salud mental como los jóvenes cisgénero y proyectan positivamente su vida.
¿Qué dicen les niñes?
Como se puede apreciar, si bien la ciencia nos ayuda a sacar conclusiones importantes, también se puede manipular de forma nefasta. Por eso siempre es importante recurrir a les expertes en este tema: les mismes niñes. Alexis, un niño trans de 13 años, dice: “Nunca he pensado en [desistir]. ¡La pasaba mal como niña! Me gusta ser como soy, un niño; un niño transgénero.” Lauren, una adolescente trans de 16 años, colombiana y radicada en Chile agrega, “el hecho de que les niñes y adolescentes no estemos en la ley es como si nos estuvieran desvalidando. ¡No es un capricho de adolescencia!” Finalmente, Sofía, una niña de 8 años, concluye “¡No me voy a arrepentir, porque yo soy feliz con esta vida! Los niños tienen que ser como son y tienen que cumplir sus sueños!
Este reportaje fue publicado en la cuarta edición de LeTrans, en junio del 2018.