Infancia trans: El Senado deja abierta la herida

Por: Constanza De La Cerda, Trinidad Lathrop, Jimena Norambuena y Constanza Valdes

Y donde más duele…

“Me daba asco mirarme al espejo”; “Sentía asco de tocarme”; “Si me muero hoy día me da lo mismo, porque ya he vivido un año que ha sido mucho más de lo que viví los primeros 26”, son frases que me movieron. todo.
Sentada conversando con la Cony, una “tesora” transgénero, amable y generosa con su tiempo, estas palabras me sacudían.

Mi contacto con el tema trans fue hace mas de 25 años, cuando trabajamos con chicas travestis encarceladas, todo ello asociado a las condiciones en que debían cumplir su pena: en un galpón aislado, por ser muchas de ellas sero-positivas al virus del VIH.
Entonces me acerqué al tema desde el delito y la enfermedad. Viendo el VIH como se veía entonces: una epidemia mortal.

Se hablaba del tema de género en la academia, pero el discurso en los grupos que yo conocí apuntaba más bien a sentirse culpables y sacudirse esa culpa: “nací en el cuerpo equivocado”, “soy una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre”, “no es mi culpa” eran frases recurrentes. Y yo las validé, toda vez que venían de las propias chicas travestis.

 

En ese marco yo tenía mis ideas claras: cualquier adulto puede hacer con su cuerpo lo que quiera, lo que incluye “cambiar de sexo” si de eso depende su felicidad. Pero… no se metan con los niños ni con los adolescentes.

Hoy me doy cuenta de lo equivocada que estaba. Que en realidad no existe un cuerpo equivocado, que ser transgénero no es simplemente cambiar de sexo. Y que es, precisamente el niño o niña trans el que es más vulnerable a la ignorancia general que yo compartía.

 

Cony: “A los 4 o 5 años yo quería usar el traje de baño de Barbie que tenía mi prima. No entendía por qué no podía ser como ella: era una niña a la que le obligaban a actuar como niño.
Tenía el convencimiento de que mis padres habían hecho mal las cosas, que a mí me habían hecho mal. Cuando veía a mujeres hermosas me decía a mi misma que si ella fuera mi madre, de seguro yo habría nacido bien hecha. De lo que sí estaba segura es que era mujer. Mi alma era, y es, de mujer”.

El problema es que ya Cony, a sus 5 años, sentía que ella era el problema, que era “un bicho raro” y que lo que ella sentía era “malo”.
“Una vez- me cuenta – me metí al baño y me puse el traje de baño de mi prima, el de Barbie. Fue maravilloso, me sentía feliz. Pero antes, cerré con pestillo la puerta. Ya “sabía” que eso sería visto como algo “malo” aunque para mí fuera natural”.

Y Cony creció sin un soporte, si un apoyo, sin referentes que le permitieran, a sus escasos 5 años, ser una niña feliz como era su derecho.

La adolescencia fue peor
Cony: “Me masculinicé al extremo, tenía que evitar que los demás se dieran cuenta que mi alma era de mujer. Cada día más macho. Pero me asqueaba verme al espejo, odiaba lo que veía en él. No sé cómo pude vivir de ese modo, odiando y asqueándome de mi cuerpo…
Me masculinizaba para convencer a otros de que era machito, y cada vez me quedaba más claro que era mujer. Hasta que no pude seguir así. Ahora me da miedo salir a la calle… pero si me muero hoy día me da lo mismo, porque ya he vivido un año que ha sido mucho más de lo que viví los primeros 26”.

 

Los padres de Cony, como la gran mayoría, miraron el sexo de su hija, y la presencia de genitales masculinos bastó para que determinaran que era hombre. Y cualquier gesto de femineidad era visto como una aberración. Y eso se transmitían a la niña, que se sentía mal hecha, monstruosa.
Porque al final lo importante no era su propia alma que le decía: “soy mujer”, sino su pene, que lo definía para el mundo como hombre.
Porque el mundo no entiende que el alma no depende del pene o la vagina, que el alma es lo más profundo de nosotros, nuestra identidad, nuestra valoración de nosotr@s mism@s.

Cony me dice: “A mí lo que me preocupa ahora es lo que sucede con las chicas y chicos trans que estudian en liceos en los que la admisión discrimina por sexo, o sea, si se tiene vagina o pene. Yo estudié en el Liceo de Aplicación. Debía vivir convenciendo a mis compañeros y profesores de que era un hombre, ocultando mi identidad. Todos los días…”

 

Y pienso en mí a los 5 años: nunca había visto los genitales de nadie, no tenía hermano hombre y nunca vi a mi padre desnudo; no sabía que había otra posibilidad distinta a mi cuerpo, pero sí sabía que yo era mujer. Que cuando tenía 7 años e imitaba a los que bailaban en Música Libre, yo imitaba los movimientos de las mujeres. Porque, aún cuando jugaba con hombres, y era bastante aguerrida, si había que tirar piedras nunca me quedé atrás. Iba a pescar con mi padre y tíos… pero pese a todo eso siempre supe que yo era mujer. ¿Por qué creen que no ocurre lo mismo en niñas y niños trans? ¿Por qué algunos piensan que una niña trans no se da cuenta de que es diferente? ¿Por qué los dejan solos, sin tener elementos de juicio ni apoyo para poder vivir plenamente su infancia? ¿No se dan cuenta que la alta tasa de suicidios entre niñ@s y adolescentes trans está ligada a este desprecio que les hacen sentir por ellos mismos desde niñ@s? Por esa soledad en que se les obliga a vivir.

 

Imagínense ustedes, de 5 años, mirándose con asco. Y no tener a quién recurrir. Solas, solos, porque se les niega el derecho a desarrollarse como lo que son, niñitas o niñitos, porque asumen que no puede haber niñitas con pene ni niñitos con vagina, a pesar de que vemos miles de casos que demuestran lo contrario. Existen, son personas, tienen derechos y se les niega un derecho tan básico como es el derecho a ser ell@s mism@s.

El senado de Chile votó la ley de Identidad de género, y dejó a niños y adolescentes fuera.
El senado ve, como yo antes, a los transgéneros como personas que quieren cambiar de sexo. Se basan en el sexo biológico para determinar lo que es “normal y bueno” y lo que no. Y como les parece algo sexual y extraño, sacan a los niños de la ley…Cuando es precisamente en la infancia y adolescencia cuando más se necesita resguardo del entorno. No entendieron nada, a pesar del esfuerzo que hicieron OTD y otras organizaciones o personas trans.

Van a reconocerles el derecho a los adultos a adecuar su cuerpo, a cambiar su nombre, a ser hombres y mujeres según el alma de cada uno. Pero van a condenar a los niños, a los más frágiles, al infierno de vivir su infancia tratando de que no se note lo que son, odiándose, sintiéndose fallados, molestos con sus padres que lo hicieron mal, soportando a psicopedagogos, psicólogos, psiquiatras que por una módica suma los van a tratar de “enderezar” hasta que lleguen a ser adultos y puedan, los que sobreviven a este abuso, con varios intentos de suicidio, ser la mujer o el hombre que siempre fueron y que debieron ocultar.

 

En el ámbito legal, la identidad de género es calificada como categoría “sospechosa de discriminación” en la ley 20.609, conocida como ley Zamudio. Lo anterior significa que se establece un mandato de no discriminar a las personas en razón de su identidad de género. Sin embargo esto no es suficiente para terminar con las situaciones de discriminación y exclusión que viven diariamente los niños, niñas y adolescentes trans. La Convención de Derechos del Niño regula en su artículo 8° el derecho a la identidad de cada niño, sin hacer mención expresa a su identidad de género. Sin perjuicio de lo anterior, el Comité de los Derechos del Niño ha señalado que debe entenderse incluida la identidad de género y orientación sexual.

Estas disposiciones legales no han ayudado para proteger la identidad de niños, niñas y adolescentes en el ámbito educacional, obligando a quienes sufren prácticas discriminatorias a hacer las denuncias ante la Superintendencia de Educación. Tales prácticas son motivadas por el nombre y sexo que figura en sus cédulas de identidad. En virtud de que no existe una ley de identidad de género que permita modificar el nombre y sexo registral, los niños, niñas y adolescentes se deben someter a la ley 17.344 de cambio de nombre y apellidos, normativa arcaica, desfasada y que no protege adecuadamente los derechos de este grupo.

Afortunadamente, la Superintendencia de Educación ha fallado a favor de los niños, niñas y adolescentes trans, obligando a los colegios a respetar su identidad de género y el uniforme escolar que les corresponde, llenando el vacío que surge a raíz de que su identidad no concuerda con la asignada en sus cédulas de identidad.

El Poder Ejecutivo actualmente se encuentra tramitando un proyecto de ley que establece un Sistema de Garantías de Derechos de la Niñez, en el cual se encuentra consagrado el derecho a la identidad de género y la prohibición de discriminación en razón de identidad y expresión de género. Sin perjuicio de lo anterior, esto se encuentra supeditado a que el proyecto de ley de identidad de género incluya a los niños, niñas y adolescentes, para garantizar efectivamente su derecho a la identidad de género. Es bueno destacar aquí la notable frase del jurista Luigi Ferrajoli: “Los derechos son un papel si no se incluyen garantías adecuadas”.

Y ahora, cierren los ojos un minuto, y piensen en un niño o una niña de 5 años que tiene a su colegio, a sus padres, a sus hermanos y su medio mediato diciéndole que está mal, que lo que siente es malo. Solas, solos, frente a todos estos adultos… Me estremece, me duele…

Son ellas, ellos, los más chicos -también sujetos de derecho- los que deben ser protegidos en primera instancia.

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